En enero del año 2011, Leila Guerriero viajó hasta un pequeño pueblo del interior de Argentina para contar la historia de una competencia de baile folklórico: el Festival Nacional de Malambo de Laborde. El malambo es un baile tradicional entre los gauchos argentinos y el festival termina con la coronación de un campeón. Para resguardar el prestigio del certamen, los campeones han hecho un pacto: una vez que ganan, ya no pueden volver a presentarse en otra competencia. La segunda noche, Guerriero vio a un bailarín que la dejó paralizada, Rodolfo González Alcántara, y decidió contar su historia. El resultado es esta crónica repleta de suspenso y plagada de personajes entrañables en la que González Alcántara cobra las dimensiones de un gladiador trágico. Este libro cuenta la más difícil de las épicas: la épica del hombre común.

Ésta es la historia de un hombre que participó en una competencia de baile.

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La ciudad de Laborde, en el sudeste de la provincia de Córdoba, Argentina, a quinientos kilómetros de Buenos Aires, fue fundada en 1903 con el nombre de Las
Liebres. Tiene seis mil habitantes y está en un área que, colonizada por inmigrantes italianos a principios del siglo pasado, es un vergel de trigo, maíz y derivados –harina, molinos, trabajo para centenares–, con una prosperidad, ahora sostenida por el cultivo de la soja, que se refleja en pueblos que parecen salidos de la imaginación de un niño ordenado o psicótico: pequeños centros urbanos con su iglesia, su plaza principal, su municipio, sus casas con jardín al frente, la camioneta último modelo Toyota Hilux cuatro por cuatro brillante brillosa estacionada en la puerta, a veces dos. La ruta provincial número 11 atraviesa muchos pueblos así: Monte Maíz, Escalante, Pascanas. Entre Escalante y Pascanas está Laborde, una ciudad con su iglesia, su plaza principal, su municipio, sus casas con jardín al frente, la camioneta, etcétera. Es una más de miles de ciudades del interior cuyo nombre no resulta familiar al resto de los habitantes del país. Una ciudad como hay tantas, en una zona agrícola como hay otras. Pero, para algunas personas con un interés muy específico, Laborde es una ciudad importante. De hecho, para esas personas –con ese interés específico– no hay en el mundo una ciudad más importante que Laborde.

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El lunes 5 de enero del año 2009 el suplemento de espectáculos del diario argentino La Nación publicaba un artículo firmado por el periodista Gabriel Plaza. Se titulaba «Los atletas del folklore ya están listos», ocupaba dos columnas escasas en la portada y dos medias columnas en el interior, e incluía estas líneas: «Considerados un cuerpo de elite dentro de las danzas folklóricas, los campeones caminan por las calles de Laborde con el respeto que despertaban los héroes deportivos de la antigua Grecia.» Guardé el artículo durante semanas, durante meses, durante dos largos años. Nunca había escuchado hablar de Laborde, pero desde que leí ese magma dramático que formaban las palabras cuerpo de elite, campeones, héroes deportivos en torno a una danza folklórica y un ignoto pueblo de la pampa no pude dejar de pensar. ¿En qué? En ir a ver, supongo.

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Gaucho es, según la definición del Diccionario folklórico argentino de Félix Coluccio y Susana Coluccio, «la palabra que se usó en las regiones del Plata, Argentina, Uruguay (…) para designar a los jinetes de la llanura o la pampa, dedicados a la ganadería. (…) Habituales jinetes y criadores de ganado, se caracterizaron por su destreza física, su altivez y su carácter reservado y melancólico. Casi todas las faenas eran realizadas a caballo, animal que constituyó su mejor compañero y toda su riqueza». El lugar común –el prejuicio– le otorga al gaucho características precisas: se lo supone valiente, leal, fuerte, indómito, austero, curtido, taciturno, arrogante, solitario, arisco y nómade.
Malambo es, según el folklorista y escritor argentino del siglo XIX Ventura Lynch, «una justa de hombres que zapatean por turno al ritmo de la música». Un baile
que, con el acompañamiento de una guitarra y un bombo, era un desafío entre gauchos que intentaban superarse en resistencia y destreza. Cuando Gabriel Plaza hablaba de «un cuerpo de elite dentro de las danzas folklóricas» se refería a eso: a esa danza y a quienes la bailan.

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El malambo (cuyos orígenes son confusos, aunque existe consenso acerca de que es probable que se trate de una danza llegada a la Argentina desde el Perú) se compone de una serie de figuras o mudanzas de zapateo, «una combinación de movimientos y golpes rítmicos que se efectúan con los pies. Cada conjunto de movimientos y golpes ordenados dentro de una determinada métrica musical se denomina figura o mudanza (…)», escribe Héctor Aricó, argentino y especialista en danzas folklóricas, en el libro Danzas tradicionales argentinas.
Las mudanzas, a su vez, son figuras compuestas por golpes de planta, golpes de punta, golpes de taco, saltos, apoyos de media punta, flexiones (torsiones impensables) de tobillos. Un malambo profesional incluye más de veinte mudanzas, separadas unas de otras por repiqueteos, una serie de golpes –ocho en un segundo y medio– que requieren, de los músculos, una enorme capacidad de respuesta. Cada vez que una mudanza se ejecuta con un pie debe ser ejecutada después, exactamente igual, con el pie contrario, lo que significa que un malambista necesita ser preciso, fuerte, veloz y elegante con el pie derecho, y preciso, fuerte,
veloz y elegante con el izquierdo también. El malambo tiene dos estilos: sureño –o sur–, que proviene de las provincias del centro y sur, y norteño –o norte–, de las provincias del norte. El sur tiene movimientos más suaves y se acompaña con guitarra. El norte es mas explosivo y se acompaña con guitarra y bombo. Los atuendos son diferentes en cada caso. En el estilo sur, el gaucho usa sombrero bombín o galera; camisa blanca; corbatín; chaleco; chaqueta corta; un cribo –un pantalón blanco amplio, terminado en bordados y flecos– sobre el que se coloca un poncho con guardas –chiripá–, ajustado a la cintura por una faja de tela; una rastra –un cinturón ancho con adornos de metal o plata–; y botas de potro, una suerte de funda de cuero muy delgada que se ajusta a la pantorrilla con tientos y sólo cubre la parte trasera de los pies, que impactan casi desnudos sobre el piso. En el estilo norte, el gaucho usa camisa, pañuelo al cuello, chaqueta, bombachas –pantalones muy amplios y plisados–, y botas de cuero de caña alta.
Este baile estrictamente masculino, que comenzó siendo un desafío rústico, llegó al siglo XX transformado en una danza coreografiada cuya ejecución toma entre dos y cinco minutos. Si su forma más conocida es la de los espectáculos for export en los que se lo baila revoleando cuchillos o saltando entre velas encendidas, en algunos festivales folklóricos del país se lo puede ver en versiones más apegadas a su esencia. Pero es en Laborde, ese pueblo de la pampa lisa, donde el malambo conserva su forma más pura: allí se lleva a cabo, desde 1966, una competencia de baile prestigiosa y temible que dura seis días, requiere de quienes
participan un entrenamiento feroz, y termina con un ganador que, como los toros, como los animales de una raza pura, recibe el título de Campeón …

 

Editorial Anagrama