El Museo de los Corrales Viejos de Parque de los Patricios se enorgullece en exponer su colección de abanicos, cuyas piezas logradas transmiten la iniciativa y pasión que ha invertido su creadora a través de las décadas, la Señora Elvira Fernández, para que hoy las generaciones futuras puedan lograr una amplia apreciación de los objetos que embellecieron a las Damas de nuestra época colonial.

Se dice que un atrevido autor anónimo describió que la primera acción de nuestra madre Eva fue extender la mano para arrancar de alguna planta cercana la hoja ancha y olorosa de la que salió el primer abanico.

Lo cierto es que los Egipcios, Indios y Chinos, como todos los pueblos antiguos, para defenderse del calor usaron abanicos de hojas de loto o palma, después plumas de pavo real, etc.
En el Japón y en la China se usaron desde el Siglo VII y consistía en un papel o tela que se plegaba sobre unas varillas unidas por un clavo en forma de eje.

El plumero precursor del abanico, existe en monumentos desde el Siglo XVIII antes de J.C.
Los Egipcios usaron los abanicos de mango largo hechos de palmera o plumas de distintas clases y colores con los que formaban una especie de dosel sobre la cabeza de los faraones y otros magnates, y unos mas pequeños de distintas formas para llevar en la mano para refrigerarse y resguardarse de insectos voladores.

En China doce siglos antes de J.C. se usaban para proteger del viento y del polvo a los emperadores cuando iban en sus carros. Los de pluma de faisán fueron usados en las dinastías Yuen y Ming y en el siglo X antes de J.C. se inventaron los de marfil.

El abanico de cierre tal como hoy se lo conoce, se cree que es originario de Corea desde donde fue introducido a China a principios del siglo XV.
De ahí pasó a Portugal, España e Italia, que parecen fueron los primeros países de Europa que aceptaron esa innovación. Luego en el siglo XVI, dicha forma se adoptó en Alemania y Francia.

En la brillante corte de Luis XIV, donde se profesaba el amor y la galantería, fue en las manos de las duquesas su arma y un símbolo, siendo el emblema de la coquetería, y se usaba tanto en verano como en invierno.
La mayor parte de ellos estaban adornados con reproducciones de cuadros de famosos pintores, con varillas de nácar y concha, con incrustaciones de oro y pedrerías obra de hábiles escultores, joyeros y grabadores.

Hubo también los satíricos y los de carácter cómico que representaban escenas de la vida parisién, los abanicos-careta que se usaban en los bailes de máscaras, el de los espejuelos en los que podían ver sin ser vistos, los politizados tanto en Francia como en España propios de aquellos tiempos. En China existen los reversibles, como así también los de composición donde se pintan los personajes con vestidos de seda delineando su cara con pequeñas planchas de marfil que van adheridas a la tela.

Hay los llamados de violín, porque, cerrados, presentan una forma parecida a ese instrumento musical. Existen los llamados de olor ya que sus varillas están impregnadas de substancias olorosas. Los hay de bolsillo, etc.
El abanico tal como hoy se lo conoce, consta de 3 partes: las varillas, el clavillo y el país.
Las varillas se realizan en caña, bambú, madera de limonero, asta, palo santo, sándalo, ébano, caoba, palo rosa, etc., sujetas en el lado mas angosto por el clavillo.

Las dos varillas de los extremos reciben el nombre de padrones y son casi siempre de maderas mas resistentes o de concha, marfil, carey, etc., y sirven para cubrir y proteger al país cuando el abanico permanece cerrado.
Este último se realiza en papel, piel, encajes, blondas, cera, plumas y otros materiales.
Actualmente el gran productor de abanicos es sin duda alguna el Japón, que los exporta a todo el mundo, invadiendo todos los mercados.

Fuente: Fundación de los Corrales Viejos.